lunes, 10 de marzo de 2014

Algo sobre Gabriel Celaya

                                                                
                                                                FIN DE SEMANA EN EL CAMPO

                                                            A los treinta y cinco años de mi vida,
  tan largos, tan cargados, y, a fin de cuentas, vanos,
  considero el empuje que llevo ya gastado,
  la nada de mi vida, el asco de mí mismo
  que me lleva a volcarme suciamente hacia fuera,
  negociar, cotizar mi trabajo y mi rabia,
  ser cosa entre las cosas que choca dura y hiere.

  Considero mis años,
  considero este mar que aquí brilla tranquilo,
  los árboles que aquí dulcemente se mecen,
  el aire que aquí tiembla, las flores que aquí huelen,
  este "aquí" que es real y, a la vez, es remoto,
  este "aquí" y "ahora mismo" que me dice inflexible
  que yo soy un error y el mundo es siempre hermoso,
  hermoso, sólo hermoso, tranquilo y bueno, hermoso.

                                                                                             (de Tranquilamente hablando)

Vamos con Gabriel Celaya, autor al que creo que es urgente rescatar de su ostracismo en el apartadillo de la poesía social. Siempre me atrajo enormemente este poema y nunca me puse a explicar tal atracción; ahora que tengo un blog quizá sea el momento de hacerlo.
 
En primer lugar, no se trata de que conecte o no vitalmente con lo que ahí se dice. Eso podría explicar las cosas ahora, pero cuando lo leí por primera vez me faltaba mucho para llegar a los treinta y cinco. Así que el poema debe tener algo más que el simple reconocimiento de un fracaso vital. Ese algo más es lo que lo hace poesía y no un simple desahogo versificado que podemos compartir o no con el bueno de Celaya-Leceta.

Tengo para mí que la clave está en el cierre, o mejor dicho, en lo que no se cierra. ¿Es irónico el enunciado final o hay que tomarlo literalmente?

En la interpretación literal el enunciador, ante el descubrimiento de la belleza y la armonía de la naturaleza, lamenta con razón su vida gastada fuera de ese ámbito y la inutilidad de una existencia artificial. Estamos, entonces, con el Dante de "Nel mezzo del cammin di nostra vita" o el Garcilaso de "Cuando me paro a contemplar mi estado", que dan cuenta de un balance negativo en el haber de lo vivido.

Por otra parte, la insistencia en la "hermosura" del mundo natural parece simplemente un eco cansino de otras voces que pretenden convencer, sin mucho éxito, al enunciador de la excelencia de lo que le rodea (pongamos el Guillén de "El mundo está bien hecho"). En ese caso, no tiene sentido decir con sinceridad "yo soy un error" y, en consecuencia, todo el desaliento de la primera estrofa queda anulado, y el poema ha de ser leído una segunda vez en otra clave.

Pero el poema contiene más interrogantes, quiero decir más indeterminaciones. ¿Es de carácter social o existencial? La primera estrofa parece derivar la angustia vital de cierta cosificación y explotación a que se ve sometido el hablante, producto de la sociedad capitalista. Sin embargo, la segunda estrofa tiene un léxico claramente existencial. El "aquí" y el "ahora mismo" conectan directamente con la noción heideggeriana de "arrojamiento". Ese "aquí" que es real y remoto a la vez es una buena definición, en poesía, del Da-sein, que no se llega a encontrar a gusto en el lugar donde se encuentra (interprétense todos los sentidos de "encontrar(se)").

La riqueza del poema radica, creo, en dejar sin respuesta tales interrogantes y sin concreción las indeterminaciones. El reto del lector es leer simultáneamente el enunciado final en serio y en sorna, y el poema como social y existencial; estar "aquí" y "allí" al mismo tiempo, elegir no elegir una interpretación.

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