viernes, 30 de mayo de 2014

Antología Olcades: Ambrosio Gallego


              SIN SER LUGAR PARA ÁRBOLES

Si ser lugar para árboles ahí están los cinco abedules,
locos por prestar sus escobas de bruja a estos colegiales
que volarían del triste patio con la prisa del gran Whitman,
desnudo bajo el cielo de los bosques de Maine,
a oírse respirar para contarlo.

En el patio también hay un olivo milenario
con un hueco en el pecho que espera que una mano
haga de corazón.
Un olivo y cinco abedules.

Me pregunto cómo unas simples hojas diminutas
casi reducidas a nervaduras de cobre pueden
engatusarlos de este modo...
¡Y no mirar al cielo!

                            (de Otros fríos)


domingo, 18 de mayo de 2014

María Victoria Atencia. La luz y el hueco


Desde esta discreta ventana virtual, junto a la que me detengo en momentos a atisbar el abigarrado deambular del mundo lírico, quiero unirme a la felicitación y felicidad por la concesión del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana a Mª Victoria Atencia, tan merecido como imprescindible es su producción lírica. Rescato para ello un artículo que publiqué en la revista Diálogo de la Lengua en 2006 y que da apretada cuenta de la trayectoria de la autora malagueña.

De su grandeza humana, que en su caso va pareja a la poética, pude ser testigo en las ocasiones en que Mª Victoria acudió generosamente a los Cursos de Verano de Priego (Cuenca). Es una mujer que emana una gran paz, una paz que parece venirle de lejos y que los años no han hecho más que acendrar. Su sencillez y su cercanía, que parecen acudir asimismo desde una honda depuración de todo lo sentido, explican que su poesía nos mire así también (como ella tras cristales de profundidad): adivinándonos por dentro.

sábado, 10 de mayo de 2014

La luna en la punta de la lengua, de Adolfo González


Adolfo González, asturiano de Avilés por nacimiento y conquense de Cuenca por enredos del destino, acaba de publicar en Pre-textos La luna en la punta de la lengua, poemario que le valió hace unos meses el Premio "Arcipreste de Hita". Autor ya de cinco libros, alcanza con este una madurez expresiva y un tono propio que no se limita a prolongar los hallazgos de sus entregas anteriores, sino que los acendra, concreta, intensifica y los somete al rigor de la obra bien hecha.

Su particular Lunario sentimental es lúdico como el de Lugones, imaginativamente complejo como La luna de enfrente de Borges (del que también ha aprendido el uso de la cita apócrifa), y le anda siempre en órbita el mirlo de Wallace Stevens de Thirteen Ways of Looking at a Blackbird, por aquello del contraste cromático y el escenario de nocturnidad.

El título no solo remite a un lapsus lunae, sino que en la mejor tradición vanguardista ofrece una sacralidad subvertida (o rescatada, vaya usted a saber) al darnos una imagen eucarística con el satélite como hostia y el poeta/lector como cósmico y divertido comulgante. Y en efecto, el libro se mueve en ese terreno difícil entre la irreverencia y la fe inveterada, lo astuto y lo ingenuo, con una ligereza que asombra. Cuando creemos que el poema va a derivar hacia la burla, la parodia directa o lo simplemente ingenioso, el poeta nos sorprende con una paradoja de calado:

                  LOS CUATRO AMIGOS

              Quien fui, quien soy, quien seré,
              hemos quedado en el centro
              para tomar el vermú.

              Conste:
              no tengo pensado presentarme.

              El no ser
              es mi manera de ser.

Y, al contrario, cuando pensamos que la cosa se pone de rictus y solemnidad nos encontramos con curiosos visitantes de los espacios líricos:

              Como grano de arena al viento,
              te rindes a lo santo
              y, de pronto, te ves desenterrando risas
              -rosas del más allá-
              en este cementerio de la página
              por tantos astronautas visitada.

Con estas breves muestras podemos apreciar ya las constantes de la poesía que contiene el libro: la tendencia hacia las formas breves, el gusto por la paradoja y el giro sorpresivo, y la omnipresencia de la metapoesía. La existencia y la creación corren en planos paralelos, como la escritura y la lectura, según demuestra palmariamente "Luna llena" (p. 17). Más que una obra posmoderna podemos hablar de la asunción de una modernidad paradójica, ya que el terreno de lo sagrado sigue indemne por debajo del jugueteo de la superficie textual. En esto Adolfo González tiene como maestro a José Luis Jover pero sin llegar a la disolución de todo apoyo que caracteriza a Jover. Mientras que este nos deja despeinados, sin ropa y sin saber si quiera dónde la hemos puesto o si alguna vez algo cubrió nuestros cuerpos, Adolfo descubre que "sin ropa / también estoy vestido" (p. 46).

El poeta de la luna se mueve satisfecho y feliz en medio de la contradicción y el sinsentido, porque en realidad habita un naufragio solo aparente. Como un puzle, la realidad vuelve a componerse y es tan divertido desmontarla como volverle a encontrar su sentido aunque alguna pieza se nos haya quedado cabeza abajo o no encaje bien del todo.

Se trata de una poesía que colinda con otros géneros como la sentencia o el aforismo. El haiku establece un punto de fuga, al que acaban tendiendo muchos de los textos del libro, aunque no haya una intención consciente. Parodiando a Mallarmé, "todo en el mundo existe para acabar en un haiku (o sus variantes)".

La luna en la punta de la lengua es un libro que merece la pena leer porque no se nos cae la sonrisa de la boca (memorable es el maestro Dao Fu con sus intermitentes cameos) y, sin embargo, se nos puede caer la boca de asombro.